Puedo echarle la culpa a la rutina,
al estrés ante la demanda continua,
a la angustia por los sueños truncados,
y al luto que obligué quedar callado.
En alguna medida, hicieron su parte
para dejar este amor en agonía.
Pero que lo hayas descuidado te hace
intelectual y materialmente culpable.
Tampoco me considero una víctima,
sé bien que mi personalidad me condena.
Cierto es, si existe justicia divina,
merecemos sean perpetuas las cadenas.
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