Apuñalada


El frío puñal que sujetabas con la mano,
sin piedad, lo clavaste hondo en mi pecho.
Yo no pude reaccionar justo a tiempo,
pues la venda en los ojos me lo impidió.

Intenté hallarte para saber los motivos
que te llevaron a cometer tal pecado.
Tonta fui al creer que dejarías algún rastro,
si escapaste como todo un fugitivo.

El tiempo, fiel amigo, remedió mis heridas.
En el presente solo llevo algunas secuelas
y calma en la conciencia pues, de esta novela,
la verdad de tus delitos salió a la luz del día.

De aquí en muchos años, olvidaré tu rostro,
será un borroso recuerdo lo mal vivido,
pero, ten por seguro, si te encuentro en la calle,
te reconoceré por las manos teñidas de sangre.

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